En la última emboscada
Quedamos huérfanos de palabra;
Mientras el orgullo a los labios sentenciaba…
Las hojas que el otoño marchitó
Errantes vagan por las calles estriadas.
Y en el banco del último adiós
Las palomas devoraran nuestras entrañas.
No volverán a florecer
Las lunas de cobalto que duermen en los parpados;
Será el anochecer,
El que cure a los días de sus llantos.
El miedo habitará cada relinchar de zapatos
Condenados a naufragar en el fragor de los charcos.
Y las luciérnagas bailaran en los recodos ensombrecidos;
Donde un corazón se exaltara lamiendo pezones desatendidos.
Me sobra toda puñalada que venga de espaldas
Sentencia de soledades y de suelas gastadas.
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