La tarde era fría. En la calle corría un viento huracanado que cortaba la cara. Manuel, como de costumbre, se tomaba una taza de chocolate mientras revisaba el correo. Todo parecía estar en su sitio. La chimenea rebosante de maderos envueltos en llamas transmitía una sensación de paz profunda. Empezaban a caer los primeros copos de nieve, enseguida se agolparían encima de la repisa de la ventana. Aquellos días eran los preferidos de Manuel, aficionado al buen licor y a fumar en pipa de caoba, encontraba en las tardes gélidas de invierno una excusa perfecta para hacer lo que mas le gustaba: escribir. No era un autor consagrado. Ni tan siquiera una revelación en el mundo de la literatura, simplemente vivía inmerso en una minoría literaria cada vez más presente -los que se tomaban la justicia por su mano-.
Aquella tarde, como de costumbre vendrían a limpiar la casa. Aunque Manuel nunca fue un acaudalado señorito de alta gama y estatus social, poseía una gran casa y podía permitirse el lujo de contratar servicios varios, como uno de limpieza -Nadie sabía a qué se dedicaba realmente. Algunos aseguran que era un gran jefe de una organización secreta, otros decían que había heredado algunas riquezas. Pero nadie comentaba el asunto con él, simplemente se dejaban llevar mientras de los bolsillos brotaran los verdes- .
Eran las cinco de la tarde, Manuel empezó a sentirse excitado. Había estado pensando en Rosario, su amante. Pensaba en como seducía a los hombres de manera que estos quedaban rendidos a sus pies, como peleles en manos de una bruja malévola. En realidad, él también había sucumbido a sus encantos, y si una idea le rondaba la mente era volver a poseerla, esta vez… Para siempre. El era un gran amante, pero Rosario siempre necesitaba algo más. Su pasión por el sexo rozaba la ninfomanía, aunque no llegaba a tales efectos. Manuel subió a la habitación de arriba. Llevaba un pantalón vaquero gris y varias prendas de abrigo, que se quitó apresuradamente dejando al descubierto su torso firme y sensual. Se recostó en la cama, todavía deshecha. Lentamente empezó a acariciarse por encima del pantalón. En el momento que su imaginación se encontró con Rosario, sintió una excitación enorme, casi imposible de refrenar. Desabrochó un par de botones e introdujo la mano por debajo del calzoncillo, bajo un poco más los pantalones dejando entrever una parte del pene, mientras con la otra mano se acariciaba los pezones… La excitación llego a su clímax, bajo el pantalón se notaba una gran erección y sentía un placer enorme. En su imaginación Rosario se acercaba lentamente andando de manera muy provocadora. Llevaba un vestido transparente y un tirante le caía hacia abajo. Los pies descalzos y los labios pintados de un rojo intenso. Se acercaba a él… con esa cara de pícara que tanto le gustaba a Manuel… Se iba acercando… La erección se hacia cada vez mas presente debajo del pantalón… Y los dedos de Manuel iban dando vueltas circulares alrededor del pene hasta bajar a los testículos. Parecía que no podía aguantar mas la excitación provocada… En breves minutos acabaría masturbándose compulsivamente y manchando el calzoncillo de semen. Cuando el clímax alcanzo su punto más álgido y parecía irrefrenable, lo que allí iba a suceder… Sonó el timbre.
Rápidamente la excitación se trasformo en desasosiego y prisa por ponerse la ropa. Bajó rápidamente las escaleras vistiéndose a duras penas, aún tenía una tremenda erección. La respiración la tenía acelerada y el corazón parecía estar llamando a la puerta de su pecho. Se coloco un poco la ropa y abrió la puerta. Para su abatimiento era el encargado de la empresa de limpieza (él estaba esperando a un editor que venia a ojear uno de sus libros titulado: El follaor panocho, taladrando agujeros en Cancún).
El encargado saludó, mientras Manuel se abrochaba el último botón. Absorto en sus pensamientos, se olvido de disimular la tremenda erección que aún tenía. El tío no se percato, pero una de las empleadas que le seguían se ruborizó al ver la escena. Después de explicar a las dos chicas el trabajo que tenían que hacer, el encargado de mantenimiento abandonó la casa. Manuel se tranquilizó. Al tiempo que iba recuperando su estado normal. Decidió tomar otra copa de güisqui para calmar los ánimos, aún se excitaba al pensar en Rosario.
Mientras leía el periódico no pudo evitar fijarse en una de las limpiadoras. Sus miradas se cruzaron fugazmente en varias ocasiones. Ella era, aparentemente una chica sencilla. Llevaba puesto el uniforme de la empresa, le estaba bastante holgado aunque dejaba entrever unos senos voluminosos. Era de tez blanca y pelo castaño. Tenía unos ojos grandes y llenos de luz. Una cara angelical y unos rasgos muy atractivos. Manuel empezó a sentir un ardiente deseo por estar con Anna -así era como se llamaba-.
Las miradas se intensificaron. La atmósfera se lleno de avidez. Cada mirada… Cada movimiento… Anna disfrutaba sabiendo que Manuel le recorría el cuerpo con los ojos. Se movía sensualmente hipnotizando a Manuel. Ambos se dirigieron el uno hacia el otro. Frente a frente, la respiración era fuerte. El corazón se les salía del pecho. Estuvieron unos minutos mirándose fijamente sin articular palabra. Dejando fluir la energía en el ambiente. No fue necesario decir nada. Anna tomó la mano de Manuel y se la puso en el pecho. El podía sentir que tan fuerte latía el corazón de ella. El momento se hizo eterno… Se miraron fijamente, de sus ojos saltaban chispas, ella estaba preciosa, parecía tener miedo y a la vez unas ganas enormes de ser tomada. Manuel se acerco y mientras la agarraba por la cintura la besó. Sus labios se fundieron en un beso eterno. El mundo parecía detenerse en ese mismo instante. Anna se dejaba llevar, parecía inmóvil dejando hacer a Manuel.
El beso fue apasionado, como si fuera el último beso de la raza humana. Manuel le desabrocho un par de botones de la blusa… Ella se sobresaltó, pero dejó hacer. Empezó a besar su cuello, sus orejas, sus labios, su boca… Eran dos cuerpos que parecían fundirse en uno sólo. Los dos estaban excitados. Haciéndose esperar. Explorando cada parte, cada sensación. Aún con la ropa puesta.
Después de unos minutos, se volvieron a mirar. Ella le levanto el jersey y empezó a besar el torso desnudo de él, hasta llegar a los pezones. Empezó a lamerlos haciendo movimientos circulares. Parecía llevar las riendas en esta ocasión. Se soltó el pelo y se quitó la blusa, dejando al descubierto un sostén que Manuel desabrochó con alguna dificultad… Quedaron sus pechos al viento. Grandes y erguidos, suaves y duros. Ella se abrazo a él, rozando sus pezones por el torso… Y bajando hacia abajo… La sensualidad que desprendía era equiparable a una diosa. Desabrochó el pantalón y fue bajándolo paulatinamente. Empezó a besar el pene de Manuel por encima del pantalón. Fue recorriendo con su lengua todos los poros de la piel. La erección era visible a kilómetros…
Suavemente bajó la ropa interior, quedándose por un momento observando el pene. Le pareció bonito y sensual. Empezó a besarlo, y observo que la cara de Manuel tomaba otra forma… La excitación era visible. Despacio lo introdujo en su boca… notó como se deshacía en ella. Era una sensación extraña a la vez que placentera tener el pene de Manuel en la boca. Jugó con él, con su lengua… Lo introdujo cada vez más… Hasta llegar a tenerlo por completo dentro de la boca -lo excitaba de manera sobrehumana a Manuel-. Manuel empezó a besar los pechos de la chica. Los recorrió con su lengua, los agarro con fuerza. Ella sentía un placer enorme. Manuel fue jugando con su lengua por todo el cuerpo de la chica -Los dos estaban entrando en una espiral de placer enorme-. Manuel llevó su mano hasta los muslos de ella, desprendía mucho calor. Enseguida notó que estaba mojada - ella se ruborizó-, le indico agarrándole la cabeza que quería que bajara abajo -él lo hizo-. Empezó a jugar con su lengua. Lamer sus muslos…Acercándose poco a poco al clítoris… Rozándolo suavemente, haciéndola esperar, excitándola cada vez más. Se retorcía de placer… no aguantó más… Y tuvo un orgasmo. Él le empezó a lamer el clítoris, mientras introducía suavemente un dedo en la vagina. La muchacha gemía de placer -no tardó en llegar el segundo orgasmo-. Se incorporó y volvió a besarla. Esta vez fue salvaje y sensual. Le mordió el labio mientras ella le agarraba el pene con las dos manos… Se abrazaron dejando pasar unos segundos y seguidamente la penetró. La chica soltó un gemido de placer. Y empezó a acompasar las acometidas. Se fundieron en un solo latir. Él la miró y su cara seguía siendo angelical. Le acarició el pelo mientras cada vez se movía más rápido. Le besó el cuello y tras un buen rato eyaculó al tiempo que Anna volvía a tener su tercer orgasmo. El sudor resbalaba por los dos cuerpos… Estuvieron un rato abrazados, dejando que la respiración volviera a su cauce normal. Él la miró y supo que el amor a primera vista los había visitado a los dos.
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